¿Venezuela podría exportar algo más que petróleo?; por Bárbara Lira y Diego Guerrero // #Numeralia
Cuando un país depende demasiado de un
producto resulta costoso para el bienestar de sus habitantes. En
Venezuela, prácticamente todas las divisas que ingresan al país por
exportaciones provienen del petróleo, tal que para 2014 sólo 3,6% de las
exportaciones fueron no petroleras. Los ingresos a la Nación son
vulnerables cuando se concentran en una sola fuente y más si se trata de
una fuente volátil como el petróleo.
En ausencia de ahorros suficientes, la
disponibilidad de recursos del Estado para implementar políticas
sociales y la posibilidad de acceder a más y mejores bienes y servicios
vía importaciones, están condicionadas a lo que suceda con el precio del
petróleo en el mercado internacional, sobre el que tenemos poca o
ninguna influencia. Claramente, sería menos arriesgado contar con
ingresos de varios sectores.
La diversificación económica (y
particularmente la diversificación de las exportaciones) ha sido una
meta perseguida por muchos de los gobiernos venezolanos, justamente como
una estrategia de protección contra la volatilidad de los ingresos
petroleros y el riesgo que acarrea. De hecho: ante la caída de los
precios del crudo que inició en el segundo semestre de 2014, Nicolás
Maduro ha mencionado en varias ocasiones la necesidad de aumentar las
exportaciones de otros sectores. Por ejemplo, el pasado 15 de agosto
anunció que implementaría una taquilla única como “facilidad legal” para
la exportación de productos venezolanos, pues el país debe “continuar
generarando nuevas fuentes de ingreso en divisas, más allá del petróleo,
del gas y la petroquímica”. Sin embargo, la experiencia de los últimos
años apunta en la dirección contraria a la diversificación.
Las exportaciones no petroleras habían
alcanzado aumentar su participación en las exportaciones totales desde
menos de 10% a principios de los años ochenta, hasta un máximo de 31,2%
en 1998. Vale acotar que esto ocurrió en un contexto de bajos precios
petroleros, que promediaron US$ 15,4 por barril durante la década de los
noventa. En los años siguientes las exportaciones no petroleras como
porcentaje de las totales se mantuvieron cayendo, hasta alcanzar en 2014
su proporción más baja en los últimos 60 años.
Si bien se mantuvo la tendencia a caer
de la participación de las exportaciones no petroleras sobre el total,
hay que notar que el valor de las exportaciones sostuvo una tendencia al
alza hasta 2006, pero luego de ese año empezaron a caer. Para 2014, el
sector no petrolero exportó menos de la mitad de lo que exportaba en
2006.
¿Cómo se mide la diversificación?
Para el caso venezolano, la
participación de las exportaciones no petroleras en el total es una
señal, pero hay mejores índices para evaluar el grado de diversificación
de una economía. En este post calculamos dos de ellos para el período
de 1998 en adelante, utilizando los datos de exportaciones por capítulos
del Instituto Nacional de Estadísticas.
El Índice Herfindahl-Hirschman (HHI)
cuantifica la concentración, midiendo el tamaño de un sector con
relación al total y dando mayor peso a los sectores más grandes. Otra
metodología de medición es el Índice de Entropía Theil (TEI), que
ilustra la equidad en una distribución: un TEI igual a cero indica que
todos los sectores exportan el mismo valor, es decir: perfecta
diversificación; un TEI igual a 1 muestra que una sola industria exporta
todo el valor, es decir: máxima concentración. Para Venezuela, desde
1998, ambos indicadores muestran un claro aumento de la concentración.
Tendencias por productos
Más allá de reiterar lo concentradas que
están nuestras exportaciones en el petróleo, el uso de estas
metodologías nos permite identificar cuáles sectores (excluyendo crudo y
aceites bituminosos) han mostrado en el pasado contribuciones
importantes a los ingresos por exportaciones.
Para 1998 encontramos que las 5
categorías bandera de la exportación no petrolera eran aluminio y
manufacturas de aluminio (17% de las exportaciones no petroleras),
fundición, hierro y acero (14%), vehículos automóviles, tractores y
demás vehículos terrestres, sus partes y accesorios (8%), productos
químicos orgánicos (6%) y metales preciosos (5%). Al comparar con datos
desagregados de la Organización de las Naciones Unidas, el principal
producto de aluminio exportado es no-manufacturado y el metal precioso
predilecto es el oro.
Entre 1998 y 2006, esos sectores
siguieron el comportamiento de aumento del total de las exportaciones no
petroleras, exceptuando los metales preciosos que sí cayeron. El sector
de mejor desempeño durante este lapso fue hierro y acero, que duplicó
el valor de sus exportaciones. Después de 2006 estos sectores
retrocedieron prácticamente todo lo que habían podido avanzar entre 1998
y 2006, con la notable excepción de productos químicos orgánicos, que
logró seguir creciendo hasta 2013 y, de hecho, para ese año se convirtió
en el principal producto de exportación no petrolero (en parte ante la
merma del resto de los sectores).
Otros sectores cuyo comportamiento vale
la pena mencionar son los plásticos (que en 1998 representaban 4,6% de
las exportaciones totales) y el tabaco (3,1%). Estos sectores, con un
peso no del todo despreciable en las exportaciones en 1998, tuvieron un
desempeño negativo hasta 2006 y prácticamente desaparecieron entre las
exportaciones para 2013. Al contrario, los minerales metalíferos,
escorias y cenizas lograron mantenerse creciendo entre 1998 y 2013,
multiplicando su valor por 60 y pasando de representar 0,1% a 13% de las
exportaciones no petroleras en esos años.
Para la mayoría de los sectores que
solían representar aportes relevantes a los ingresos en divisas, la
razón de la caída no parece ser el agotamiento de los recursos ni la
capacidad, sino el resultado de medidas regulatorias adversas e
incentivos inadecuados. Cabe notar que los incentivos inadecuados fueron
tanto para el sector privado y público, destacando especialmente la
gestión estatal de las empresas básicas, que mermaron su producción
cuando el sector era el principal generador de divisas no petroleras.
En definitiva, lo relevante es que
aunque seguramente se ha perdido competitividad en los mercados
internacionales, el país aún guarda el potencial para desarrollar
aquellos productos que formaban el portafolio de 1998 y cuyo precio
internacional, además, ha fluctuado positivamente desde entonces.
Sin embargo, es importante advertir que
esas exportaciones eran fundamentalmente lo que se conoce como
“commodities” (bienes genéricos, poco especializados). Actualmente los
precios de esos bienes sufren una caída con respecto a años previos,
siendo de hecho el precio del crudo el que más tiempo tardó en caer.
Referentes como la Universidad de
Harvard y el MIT han desarrollado una metodología que examina la
especialización productiva y el saber productivo (know-how). Su argumento es que para el desarrollo en el largo plazo, la clave no es diversificar porque sí ni dónde sea, sino diversificar donde se puede desarrollar know-how.
En ese sentido, los países deben tratar de exportar (en vez de materias
primas) productos especializados a partir de las industrias que ya
existen y que son productivas. Así es cómo las industrias nacionales
crecen, se especializan y añaden valor.
Para medir la complejidad de las
industrias, se construye un índice que toma valores positivos y
negativos, siendo los valores más altos aquellos que muestran mayor
complejidad en la producción. Los primeros rubros de exportación
venezolanos (tanto de 1998 como de 2013) están en el rango de los
negativos, con baja complejidad.
Antes que recuperar las exportaciones
que el país solía hacer 15 años atrás, Venezuela debe empezar a
complejizar sus exportaciones. Esto sugiere partir de los recursos
disponibles (incluido el petróleo) y añadir valor y conocimiento que los
transforme en productos complejos exportables.
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